viernes, 26 de julio de 2013

¡Trajinar de un charlero!

Sin pensarlo si voy a ser víctima del hampa, del calor o que la camioneta de la Unión Turmero Maracay, se accidente, ocupo uno de los 32 puestos de este transporte mal llamado público. Contemplo los destinos faciales de cada pasajero, aquel estudiante de la universidad que va echándole los perros a la chama de al lado y ella pensando en lolas y estética de una revista de glamur caraqueña. También percibo la doña buscando el mercal de Samán de Guere, y aquella doña con dos paquetes de harina del amigo Lorenzo.

Todo marcha como es en una camionetica, pasajeros cómodos e incómodos por sus tipos de vida, malvivientes de vivir en la comodidad que habita en sus mentes, mientras ven las manos del colector cobrando el pasaje. Sus oídos quieren escuchar la música de los pajaritos, cuando duermen la siesta tendidos en una hamaca en alguna urbanización del norte de Maracay. Ese cantar de los pajaritos, es interrumpido en los decibeles de Maelo Ruiz. El avance, que desde las cuatro de la mañana y con tres vasitos de café en su paladar, se bate duro frente al angustiante y perverso tráfico de la intercomunal. Él, es quien manda en su repro, el aparato sagrado para cualquier chofer y venerado por quienes guardan su música en pendrive o MP3.
Sus dedos se deslizan entre volante y su rostro, entre el pago a los fiscales de la línea y un cigarrillo de baja categoría pero tan mortal como cualquiera. Esos mismos dedos, hacen un alto en la música. “Una Venezuela activa…..” lo que todos esperaban pero que nadie quería ver; el gran charlero.

Personajes tan incómodos como su apariencia llena de trazos de un destino nada alentador. Otros más con pinta seria y labia que convence con sus ofertas engañosas. Es una faena dura, hay mucha competencia en la calle, y ser charlero es el último recurso para ganarse la vida con una caja de chucherías o inventando cualquier trampa. Son muchos charleros, uno diferente al otro, pero igual al otro. Tienen un solo objetivo que es vender lo que hay en esa caja o en ese bolso donde algunos tienen un hierro. La sociedad se convierte en juez y verdugo, el avance de la camioneta, se convierte en su pana a conveniencia para no ser bajado de la mula. Un lenguaje tan soez, como ciertas líneas de esta crónica.

Me ahogo en anécdotas de charleros, son muchos cuentos y peripecias para ganar el amor de quien simplemente no lo mira o no recibe el producto. La ciudades se  muestran rehacías y duras hacia ellos con sobradas razones, es un movimiento que difícilmente se aleje de las calles y cambie sus cajas por un trabajo algo más serio. Por algún momento pienso en ser ese personaje, aquel que vende un caramelo saca muela como el chocolate suizo más delicioso. Pero soy uno más de la sociedad, oculto mi atención en mis problemas, en mis historias o simplemente en nada, para evitar ver a estos personajes de gorra y jeans desgastados.

No me interesa quien es ese charlero, pero dejo de pensar en mis historias por escribir y escucho sus historias sin saber de qué lugar provienen. Paso la pagina, la sociedad pasa la página, pero ellos siguen allí, luchando contra el calor, caminando entre semáforos para bajarse del autobús de Mariara y subirse a la camioneta de Caña de Azúcar,  pa’ llevar  algo de comer a la casa.

Pero hay diferencias, como aquella chama alta quizás de 1,65 cm, piel blanca, cabello rojo con un jean azul, blusa del mismo color al igual que su bolso. Con mucha pena pidió ayuda para su mamá que padece de una enfermedad, se notaban que sus lágrimas querían salir de la frontera de sus ojos, pero ella controlaba esas emociones ante los pasajeros. En ese momento, la mayoría pensó si es verdad lo que muchos charleros dicen en sus relatos frente a sus clientes y a veces victimas. Si aquello que dijo esa bonita muchacha quien agradeció con una sonrisa antes de que brotara su primera y solitaria lágrima, luego de recorrer el enorme pasillo del autobús de Aguas Calientes, para luego salir y perderse en la mirada de algunos pasajeros que colaboraron con ella.


No es fácil ser charlero. No es lo mejor, pero es la mejor manera de conseguir dinero. Fue un fenómeno que se volvió costumbre y parece quedarse cada día más en las calles y autobuses de esta ciudad y de la ciudad que le sigue. No hay respuestas que llenen esa caja de dulces o caramelos, es el dinero que las surte para llevar dinero a casa. Mientras pienso en todo eso, el charlero pronunció su desgastado guión, y de 32 personas solo 2 compraron su producto. Ya llegó el momento de quedarme en la parada y otro charlero se sube, este se montó con otro guión malogrado, esperando convencer al público aburrido de esa camioneta.

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