viernes, 28 de enero de 2011

Me pongo el casco de motorizado



Muchos de nosotros a pié o en vehículo nos sentimos en un mundo extraño. Las aceras pueden ser imprevistos testigos de un “motorizado del carajo” o “quieto bichito pégate a la derecha” por un policía o fiscal de tránsito, pero también por algunos forajidos en sus caballos de acero.
Quizás no sabemos cómo puede ser la vida de estos personajes a bordo de una moto, cuyo transporte es su vida, en su esencia, esa manera de ser y el gremio donde se desenvuelven, casi su segunda  familia. En este mundo y más en este país hay para todos los gustos y siempre sobran las distintas opiniones. Muchas sentencias pueden ser ciertas o correctas, pero ¿Alguno de nosotros es un ecuánime juez?   
Muchos creemos que son forajidos al margen de la ley, aquellos peligrosos motobanquistas que cazan a sus víctimas, después de salir de cualquier entidad bancaria. Hay otros que fueron sorprendidos en su carros o  a punto de subir a la camionetica por algún habilidoso que le arrancó su cadena de oro, plata o goldfield pero cuando una mala imagen se instaura en cada una de nuestras mentes aunque nosotros queramos, es difícil borrarla.
Pero hay aquellos que nos salvan la vida con esa encomienda a tiempo, papeles del banco y hasta los que vienen con la pizza rapidito para satisfacer nuestra hambre. Así es, y así son vistos ellos. Odiados por algunos y dignas personas para muchos.
“Mi hermano es un motorizado” Así dice parte de un tema de la cantautora  María Rivas, y es que cada una de las transitadas calles de Venezuela, se han convertido en verdaderos campos de batalla entre: Motorizados, peatones y conductores (transportistas y particulares), teniendo como árbitros a los conocidos por todos nosotros: Vigilantes de Tránsito.
La calle es una supervivencia para los más aptos y llegar primero, subir a una camioneta para el terminal a las 5:00 de la tarde desde el Galería o Parque Aragua o si somos afortunados de ir cómodos en nuestros vehículos. Todos queremos llegar a nuestros distintos lugares, por la misma vía llenas de huecos  y con el mismo ímpetu. Todos buscamos pasar por donde no cabe ni un Minicord y zasss la gran golpiza: caos vehicular.  
He visto más de una vez que un infortunado motorizado lleva la peor parte. Pueden durar tirados en el pavimento por varios minutos mientras llega la asistencia médica y el apoyo del gremio es evidente. “Que te pasó mi pana. Fue aquel autobusero de Mariara”.
Cada quien defiende su derecho a su manera y lo hace para darse a respetar. Las culpas pueden ir de un lado a otro. Todos se convierten en jueces, pero ir por nuestra vía y dejarse quitar la derecha, es tan grave que el motorizado pueda defenderla más que una expropiación.
Esa selva de asfalto es pequeña para tantas personas a pié o en cualquier vehículo. Los motorizados van de un lado al otro soportando esas infernales cornetas que están de moda en las camionetas. El matraqueo por no llevar el casco en su respectivo lugar, los hacen objetivo número uno de esos funcionarios que tienen la ética más allá del asfalto. Cualquier “pecado inocente” puede ser aprovechado y “sacarle algo de platica”.
Aunque estén legales, sin comerse la luz, siempre van contra ellos. Una suerte de estigma posa sobre sus cascos. Las calles significan un  territorio compartido, los camioneteros quizás sus primeros adversarios, obviamente sin descuidar tránsito y policía, quienes siempre están al acecho de ellos para cumplir la ley o simplemente la ley de la matraca.  Un perrero la mejor ayuda para combatir el hambre a pleno mediodía.
Él pana de las tizanas y del  agua y guarapo de papelón con limón, es quien les calma la implacable sed, además de quien vende los cigarritos detallados y alquila los celulares para llamar a la familia, un cuadre o una rumba.
Así van ellos, “los tiran pa’ un lado, los tiran pal otro y no se dan de cuenta que van en una moto”. Como si para algunos fuesen invisibles, pero ahí están; con sus máquinas de distintas marcas. De un lado para el otro en las distintas calles de esta ciudad que hace años dejó de ser jardín. Aunque el hecho de tener una maquina japonesa, italiana o de las que están por ahí de otras marcas influyan en la personalidad y estatus social. 
Y es que en  este aspecto hay diferencias entre quienes poseen una italiana y las que son leales como mototaxis. Pero en las calles todos son iguales y quien respeta, se hace respetar. Quien infrinja la ley será penado, pero para decirlo en el buen criollo “quien se coma la luz está ponchao” aquel motorizado que siempre esté en el lado correcto, siempre será visto por los demás como alguien correcto.
De todas maneras hay que aventurar y hacer de Tarzán urbano, porque como bien dijo Héctor  Lavoe: “La calle es una selva de cemento”.